El medio ambiente que nos rodea, está repleto de microorganismos instalados incluso en el interior de nuestro cuerpo. Muchos de ellos aportan beneficios, nos ayudan a realizar funciones como la digestión de los alimentos e incluso nos defienden de aquellos otros microbios que son nocivos para nuestra salud. Sin embargo, estos últimos pueden ser causa de enfermedad grave y transmitirse de una persona a otra mediante el contagio. Si conseguimos detener la transmisión podríamos acabar con el agente infeccioso.
Según la Organización Mundial de la Salud, las dos medidas que han cambiado la situación sanitaria a nivel mundial, han sido la potabilización del agua y la administración de vacunas.
¿Qué podemos hacer frente a las enfermedades infecciosas?
Nuestro organismo dispone de unas defensas naturales para combatir las enfermedades infecciosas.
a) Inmunidad innata: Un mecanismo de protección simple, que incluye la integridad de la piel que actúa como una cubierta protectora frente a las agresiones externas, el moco de las vías respiratorias que atrapa los gérmenes y los expulsan al exterior, el ácido del estómago que funciona como un útil método desinfectante…
b) Inmunidad adquirida: El Mecanismo es más complejo. Existen células y órganos especializados en la fabricación de anticuerpos (Ac). Estos Ac circulan por nuestra sangre buscando microorganismos que asimismo circulan libres sin haber infectado aún las células. Su función es destruir los gérmenes antes de que provoquen la enfermedad. Para estar protegidos tenemos que fabricar miles de Ac diferentes porque cada uno responde de forma específica frente a un agente infeccioso.
Los Ac se fabrican la primera vez que nos ponemos en contacto con un virus o bacteria determinados. Posteriormente se mantienen unas “células de memoria” que se mantienen vigilantes durante toda la vida de tal manera que si nos enfrentamos al mismo agente invasor, responden rápidamente fabricando más defensas, es decir, nuestro cuerpo ya conoce al agente infeccioso y tiene preparada la munición, lo que evita que suframos la enfermedad. Este es el mismo mecanismo que conseguimos a través de la vacunación.
¿Qué son las vacunas? ¿Cómo funcionan?
Al administrar una vacuna, lo que hacemos es poner en contacto un determinado germen con nuestras defensas naturales. Los gérmenes presentes en esa vacuna ya no tienen poder virulento porque los introducimos modificados, muertos, debilitados o utilizando solo una parte de él para que no pueda provocar la enfermedad. Aunque el microorganismo de la vacuna no tiene capacidad para provocarnos la infección, para nuestras defensas es como si hubiese entrado el germen por su propio pie y se tratase de un microorganismo virulento que nos está atacando por lo que pone en marcha toda su maquinaria defensiva.
En el futuro, cada vez que tengamos un encuentro con ese microorganismo agresor nuestro cuerpo responde produciendo nuevos anticuerpos defensores que nos protegerán destruyéndolos y evitando la enfermedad gracias a la “memoria inmunológica”.
Denominamos “inmunidad artificial”, la provocada por las vacunas porque la inducimos nosotros con un producto farmacológico pero la respuesta de nuestro sistema inmunitario es similar a la que generamos si pasamos la infección natural pero sin padecer la enfermedad.
Hay un efecto añadido que no ocurre con la enfermedad natural: la vacuna no solo protege a la persona vacunada sino también a los de su alrededor. Cuando un virus o bacteria entra en un paciente vacunado, éste será contagioso durante un periodo más corto porque sus defensas los destruirán rápidamente; con ello, la circulación del agente en esa comunidad va disminuyendo y así, tanto los vacunados como los que no lo están quedan protegidos, es la llamada inmunidad de grupo. Esto solo se puede mantener cuando el número de pacientes vacunados es alto. Si el número de personas no es el suficiente la enfermedad puede resurgir con importantes epidemias.
Eficacia de las vacunas
La respuesta no siempre es homogénea. Depende tanto del tipo de vacuna (algunas prácticamente alcanzan el 100% de protección pero otras sabemos que no presentan una eficacia tan elevada) como del paciente al que se le administra (edad, su estado de nutrición, si padece alguna enfermedad crónica, si tiene problemas en su sistema de defensas…). Por tanto podemos encontrar pacientes afectados por alguna enfermedad de la que haya sido correctamente vacunado. Afortunadamente ocurre en un pequeño porcentaje de casos y suelen pasar la enfermedad de forma más leve. Debemos recordar que cada vacuna protegerá exclusivamente frente al agente infeccioso para el que ha sido desarrollada
Beneficios de las vacunas
Gracias a las vacunas se ha conseguido disminuir de forma considerable muchas enfermedades infecciosas e incluso erradicar alguna de ellas.
No hay duda de que la mejora en las condiciones sociales, higiénicas y sanitarias ha tenido también un papel importante, pero se ha demostrado que por sí misma no es suficiente. Conocemos múltiples ejemplos que ilustran el impacto de la acción de las vacunas. Países sudamericanos poco desarrollados fueron de los primeros en el mundo en conseguir eliminar la enfermedad de la polio en muy poco tiempo tras instaurar intensos programas vacunales a pesar de mantener unas malas condiciones sociosanitarias durante el mismo periodo. Por el contrario la interrupción de algunas vacunas en países europeos desarrollados se ha traducido en brotes epidémicos que han obligado a reinstaurar rápidamente los programas vacunales.
Algunas epidemias que hemos padecido en nuestro país en los últimos años han afectado fundamentalmente a grupos o comunidades no vacunadas. Desgraciadamente en algunos casos con el resultado de niños fallecidos por enfermedades como la difteria para la que disponemos de una vacuna totalmente eficaz.
Seguridad:
Es comprensible que la seguridad de las vacunas preocupe enormemente a los padres tanto por el agente infeccioso que estamos inoculando como por las otras sustancias que tienen que ser incluidas para conservar las vacunas en buen estado.
Ante una enfermedad importante, aceptamos tratamientos, aunque sepamos que puede tener efectos secundarios. En el acto vacunal, concurren circunstancias especiales: el sujeto receptor es un individuo sano, habitualmente un niño en edades muy tempranas de la vida, al que vamos a inyectar “algo”. Para aceptar esto es necesario tener muy claras las indudables ventajas de la vacunación comprendiendo el riesgo de rechazar este recurso.
De entrada debemos saber que las vacunas son medicamentos muy seguros. Antes de su comercialización se tienen que realizar numerosos estudios (es interesante saber que hasta el 80% de los medicamentos estudiados nunca llegan a las farmacias por no demostrarse su seguridad o eficacia). Una vez comercializada existe una red de farmacovigilancia que recoge cualquier incidencia en cualquier parte del mundo para investigar la relación entre un efecto secundario y la administración de una vacuna.
Los efectos secundarios más frecuentes son incómodos pero generalmente leves: dolor, hinchazón en la zona de inyección (a veces nódulos que duran semanas), fiebre (que puede provocar convulsiones en niños predispuestos), erupciones en la piel, aumento del tamaño de los ganglios, dolores articulares o crisis de pérdida del tono muscular.
Pero, ¿podemos decir que las vacunas no tienen nunca efectos secundarios graves? En absoluto. Pueden tenerlos y de hecho los tienen. Lo que sí sabemos es que en la práctica real, con la administración de millones de dosis, lo que encontramos habitualmente son efectos pasajeros. Y todos los estudios lo confirman: es mucho más probable morir o tener secuelas graves por pasar una enfermedad que el riesgo por ponernos la vacuna que evita esa enfermedad.
Otra preocupación frecuente en las familias es el alto número de vacunas que se les administra a sus hijos. Pero nuestro sistema inmunitario tiene una capacidad enorme para responder ante cientos de gérmenes, cada día estamos expuestos e interactuando con multitud de ellos. Como muchos provocan infecciones banales solo es necesario vacunar a nuestros niños frente a un pequeñísimo grupo de enfermedades peligrosas, que pueden tener complicaciones graves o secuelas y provocar incluso la muerte. El temor de que la memoria del sistema inmune pudiese verse desbordado o agotado por la administración de vacunas no tiene fundamento.
Contraindicaciones o situaciones especiales:
Existen pocas contraindicaciones, algunas temporales y hacen necesario retrasar la vacunación, pero otras pueden impedir el uso de todas o algunas vacunas determinadas: fiebre alta, alteración de la coagulación, alergias, inmunodeprimidos, administración de transfusiones o de otras vacunas recientemente, reacción a dosis previas, etc.
Para minimizar el riesgo de algún efecto adverso importante no olvide comunicar si su hijo presenta alguna alergia o tiene alguna enfermedad crónica o circunstancia especial que pueda aumentar el riesgo del niño. Informe también si algún familiar que conviva con el niño tiene alguna enfermedad o tratamiento que disminuya sus defensas
Mitos o falsas contraindicaciones:
Las siguientes situaciones NO son motivo para retrasar o rechazar la vacunación:
- Enfermedades leves como catarro de vías altas o diarrea no complicada
- Reacción local al administrar una dosis previa
- Estar tomando antibiótico en ese momento
- Prematuridad
- Lactancia materna
- Antecedentes familiares de algún tipo de alergia
- Enfermedades como asma, diabetes, cardiopatías, alteraciones neurológicas estables
- Encontrarse en ayunas
No obstante, muchos pediatras optamos por respetar el deseo de la familia si prefiere retrasar el momento del pinchazo en caso de enfermedades leves
Calendarios vacunales
Se inician a la edad mínima, a la que el niño sea capaz de producir anticuerpos de forma eficaz y siempre que la vacuna sea segura a esa edad. Cuando un niño, por la razón que sea, no ha sido vacunado a la edad que corresponde, siempre podemos iniciar el calendario adaptándolo a su situación individual
Los calendarios vacunales son dinámicos y existen Comités de expertos que los van revisando y modificando. Esto responde a razones científicas según se disponga de nuevas vacunas eficaces y también en base al resurgimiento o eliminación de las enfermedades infecciosas.
Conclusión
En la actualidad sería difícil aceptar que un niño padezca una parálisis por una poliomielitis o que un niño sano quede con retraso mental después de una meningitis que podíamos haber evitado.
Afortunadamente España es un país modélico con una alta aceptación de la vacunación y por ello con cifras de las más bajas del mundo de enfermedades prevenibles mediante vacunas. Pero esto no quiere decir que estas enfermedades hayan sido erradicadas.
Tenemos que seguir protegiendo especialmente a los bebés y niños pequeños, que son los que tienen un sistema inmunitario más inmaduro. En un mundo globalizado donde existen países en los cuales siguen siendo comunes enfermedades que nosotros consideraríamos como “de épocas pasadas”, si no se utilizaran las vacunas podrían volver a producirse epidemias de enfermedades responsables de importantes secuelas, invalidez y muerte infantil. Entre todos, vamos a impedirlo.