La comunicación es un proceso complejo, en el que se lleva a cabo un intercambio de información, y en que el que intervienen varios componentes; mensaje, emisor, receptor, canal, ruido… EL resultado final, se ve afectado por las peculiaridades de cada uno de los elementos que forman el proceso. Son muchos los factores que afectan a ese intercambio de información, (situación emocional, juicios de valor, capacidad cognoscitiva, dificultad del mensaje, ambiente de tensión…)
Los adultos somos conscientes de que es un proceso muy complejo, y que muchas de las dificultades de nuestro día a día, vienen dadas por un mal manejo de nuestras habilidades de comunicación.
Todos hemos sido protagonistas de malos entendidos, nos hemos frustrado por no ser capaces de hacernos entender, no hemos comprendido algún mensaje…
Conocemos a gente con una habilidad especial para comunicar, y otros sin embargo que no tienen esa destreza.
Pues bien, ahora compliquemos la situación un poco más.
Cuando una de las personas que forman parte del proceso de comunicación no levanta ni un metro del suelo, apenas podemos entenderle cuando habla, su sistema de cognición es cualitativamente diferente al de los adultos, tiene necesidades imperiosas de cumplir sus deseos aquí y ahora, y tiene un estrechísimo lazo emocional con nosotros, es decir, cuando hablamos con nuestros hijos pequeños, las cosas se complican.
No tratamos de enviaros un mensaje desalentador y pesimista con respecto a la comunicación con vuestros hijos, en absoluto, pero si poneros en antecedentes, y haceros conscientes de lo delicado del proceso, para que pongamos todos nuestros esfuerzos al servicio de entendernos con nuestros pequeños.
Frases como: “estate quieto”, “pórtate bien”, “cuántas veces tengo que repetir las cosas”… resuenan en nuestro día a día y no dejamos de repetirlas a pesar de que no dan precisamente el fruto deseado.
Pensamos que repitiendo órdenes tenemos el “trabajo” hecho, pero si no tenemos en cuenta la capacidad de comprensión del niño, sus posibilidades de acción, su situación emocional, su momento evolutivo…no habrá entendimiento.
Lo que si habrá es frustración por nuestra parte por no lograr lo que pretendemos, y por parte del niño, que no es capaz de cumplir nuestras expectativas.
Cometemos errores como no explicar las cosas a los niños, al nivel de su capacidad, claro está. Pensamos que es perder el tiempo, y no necesariamente es así. Un niño que se muestra comprendido y que entiende algunas normas básicas, cumplirá mejor las órdenes que las que damos sin tener en cuenta para nada al niño. Los mensajes cariñosos y comprensivos del tipo “se que quieres seguir jugando y que no te quieres ir del parque, pero tenemos que ir a casa para bañarnos, cenar e irnos a la cama cariño” deben ser más habituales en nuestro día a día. Parece fácil, por qué no probar a decirlo así en lugar de “vaaaaamos, no lo digo más, como lo vuelva a decir no se qué te hago….”
A veces somos incongruentes, y damos órdenes que no son estables. Es decir, lo que vale para hoy, no vale para mañana, o depende de si es papá o mamá el que lo dice, depende de si están enfadados o contentos, de si tienen o no prisa… Esto genera desconcierto en los niños, y no facilita la tarea de interiorización de normas y de coherencia necesaria para crear una personalidad equilibrada. Debemos tener claras unas cuantas normas básicas que serán cumplidas siempre, al margen de los factores que hemos comentado.
Decimos frases que no tienen sentido en sí mismas, aunque nos lo parezca. Son más bien retahílas y sermones con poder descargante para los adultos: “ya estamos”, “yo no sé que voy a hacer contigo”, “me tienes, me tienes…”, “`pero tú que te crees?”… para nosotros son descargas necesarias, pero si nos paramos a analizar que puede entender un niño de 1 o 2 años, veremos que son poco eficaces. Es fundamental que el mensaje sea claro, cuantas menos palabras mejor. Evitar generalidades como “pórtate bien” y concretar con cosas puntuales “por favor deja de tirar las cosas al suelo”, “por favor recoge los juguetes” “no vuelvas a pegar”…Es fundamental hablar siempre con respeto y con las palabras “por favor” y “gracias” si queremos que formen parte también de su vocabulario.
Hablar a gritos tampoco ayuda, una vez mas es una necesidad del adulto para imponerse, pero claramente indica una pérdida de control de la situación. Si que debemos emplear un tono firme para determinadas peticiones (no siempre) pero no es lo mismo que gritar.
A veces entramos en círculos viciosos de continuos reproches y órdenes, y no dejamos tiempo para el placer de relacionarnos con nuestros hijos y jugar con ellos. No todo son tareas, el juego, las muestras de cariño, las risas, son fundamentales en la relación con ellos, y también forman parte del sistema de comunicación. Quizás sean la parte más importante de la comunicación.
Otras de las situaciones a evitar, son aquellas en las que ponemos etiquetas a los niños, y juzgamos su persona, en lugar de corregir comportamientos. “Eres malo”, “eres un desastre”, “eres un bebé” son algunos ejemplos de lo hirientes que podemos ser los adultos sin darnos cuenta. Los niños están construyendo su autoestima y afirmaciones como esas, no favorecen para nada que el proceso sea positivo. Ser concretos y juzgar comportamientos resulta mucho más efectivo y ocasiona menos daños en la autoestima de los niños. “No me gusta que pegues a tu hermana”, “ tienes que recoger”, ...
Solemos tender a decir lo que el niño NO puede hacer, en lugar de hacerlo en positivo.
Pensemos si preferimos que nos digan “no hagas esto”, “no digas esto”,” no no no”….o “Mejor haz esto así”, “sería mejor que dijeras las cosas de tal manera”….el mensaje es mucho más positivo, y da estrategias de acción en una única frase, a la vez que corregimos comportamientos.
Es fundamental que los niños se sientan queridos. Siempre. No podemos permitirnos afirmaciones como “mamá no te quiere porque te has portado mal”. Deben saber que son queridos en cualquier circunstancia, pase lo que pase, hagan lo que hagan. Para ello, además de demostrarlo como siempre hacemos los padres, es importante que las palabras “te quiero” formen parte también de nuestro vocabulario habitual. Enseñar a un niño a decir te quiero, y a escucharlo, forma parte de lo que hoy en día conocemos por inteligencia y hablar de sentimientos debe ser una parte más de la comunicación en las familias.
Si logramos hacer un hincapié en el proceso de comunicación con nuestros hijos y enriquecerlo, el tiempo les dotará de posibilidades de expresión y comprensión, y nosotros conseguiremos que logren una comunicación sensible y respetuosa. No sólo se trata de aprender palabras, léxico y ortografía, si no escuchar, pensar, tomar decisiones….
Todos los mensajes deben ser lanzados desde el amor y el respeto, para poder fraguar relaciones de respeto y no campos de batalla.